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Rodolfo Salas: Facilitador y potenciador sobre conocimientos de liderazgo, estrategia, marketing y gestión de los negocios.

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domingo, enero 05, 2014

Nelson Mandela y un estilo de liderazgo que une

La muerte de Nelson Mandela, Madiba para sus más cercanos, no nos deja indiferentes. Su paso a otra vida nos trae intensas reflexiones y nos lleva a mirarnos en el espejo de su ejemplo y hacernos las preguntas que él nos ha hecho con su vida.
Todos podemos ser un poco Mandela, porque esto fue lo que él quiso dejarnos con su testimonio de vida. Gran sorpresa tuvieron sus guardaespaldas, nuevos y antiguos, negros y blancos, al saber que Madiba quería que trabajasen juntos. Otra gran sorpresa se llevó el entonces capitán de los Springboks, Francois Pienaar, cuando escuchó el deseo de Mandela: ganar el Mundial de rugby del 95. También fue grande el asombro del ministro de Deportes cuando su presidente irrumpió en una reunión para desbaratar las intenciones avanzadas de quitar el himno de los afrikáans y los colores verdes de la camiseta de los Springbok.
En todos estos ejemplos, Mandela nos ha mostrado que fue capaz de desafiar a todos por igual, a los suyos y a sus opositores, con un firme propósito superador: unir al país pensando más en un futuro mejor que en un pasado drástico. Tuvo a su alcance las armas del revanchismo y eligió el diálogo para la construcción de un futuro común.
Durante sus 27 años en prisión enterró las semillas de la bronca y la injusticia para hacer crecer un árbol de perdón y crecimiento. En la cárcel estudió a los blancos y a su deporte, el rugby. Además buscó comprender sus costumbres e historias, y fue pensando la mejor salida al peor problema que tenían su país y los pueblos que allí habitaban. Una vez liberado mostró una mirada amplia, reconciliadora e inclusiva. Una mirada firme y desafiante que desarticuló estructuras, y desafió las culturas vigentes. Frente a los suyos decidió mostrarles un camino diferente al de la revancha y los forzó a que reorientaran sus energías: no para descargar su bronca justificada por la segregación sufrida, sino para canalizarla hacia un horizonte superador.
También fue desafiante para los blancos, que no se esperaron jamás esta reacción. Tuvieron que desarmar todo lo que tenían preparado para contrarrestar la embestida. Este desafío, que supo sostener con firmeza, generó muchas discusiones y divisiones dentro de los grupos que se unían por lealtad: los blancos que confiaban en Mandela, de quienes seguían desconfiando; los negros que quisieron acompañar el cambio, de quienes seguían con ánimo de revancha. Instaló las discusiones en todos los sectores y grupos, fomentando así las conversaciones que hacían falta para poder construir la paz deseada.
Esas conversaciones difíciles no fueran estériles. Estuvieron enfocadas en poder hacer cambios concretos en los hábitos y en la cultura del país, avanzando en la democracia, pero también en los símbolos de los pueblos sudafricanos. Mostró que no sólo tuvo firmeza para desafiar y la apertura para incluir, sino que también tuvo la inteligencia para elegir las oportunidades. El campeonato Mundial de rugby que tuvo a Sudáfrica como anfitrión fue la oportunidad para mostrarle al mundo cómo, a través de la reconciliación, podían ser mejores.
Creo que Mandela no querría que lo recordáramos como un líder, sino que su deseo se encuentra en que podamos contagiarnos de su ejemplo para irradiar lo que él hizo al ámbito que a cada uno nos toca vivir. En la Argentina vivimos otras divisiones y conflictos, diferentes a las que vivía la Sudáfrica que heredó Mandela, pero sus herramientas pueden servirnos de mucho: acercarnos más a quienes piensan diferente, buscar más el diálogo abierto que la confrontación violenta, enfrentar los problemas más difíciles que tenemos y no evadirnos de esa responsabilidad, aprovechar el deporte para unirnos y no para corrompernos. Tomarnos el tiempo para pensar como Mandela lo hizo mientras estuvo en la cárcel y buscar soluciones superadoras que nos incluyan a todos.
No hubiera alcanzado con un solo hombre si otros no se hubieran contagiado, si otros no se hubieran animado a imitarlo en lo que a cada uno le correspondía, si Francois Pienaar no se hubiera animado a desafiar a sus dirigidos para que canten el Nkosi Sikeleli, himno africano con muchas estrofas en idiomas xhosa. No hubiera alcanzado si sus más amigos de la cárcel no hubieran entendido todo lo que necesitaban soltar para que se pudiera avanzar hacia el sueño de un país unido.

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